sábado, noviembre 18, 2006

Mi desventura

Hubo un tiempo en que hube de reconocer la desventura de no poder seguir el ritmo de este mundo, que tuve que sentarme a escuchar al viento para que mi mente no dirigiera mi vida. Cuando todo me empujaba a acelerar el paso y a chocar contra mis límites, tuve que parar para sentir lo que mis ojos me dijeran.
Me tuve que alejar de la carrera, apartarme de los caminos paralelos. No fui yo quien lo decidió, no fue mi elección. Porque no la tuve, porque todo se detiene cuando el cuerpo no puede. No puedo vivir de otra manera y cuando intento alejarme, siempre vuelvo a la cama con mis soledades, al campo de los silencios, a la arboleda de los sueños.
La tristeza me acaricia y al amparo de sus dedos me siento en calma, porque las tensiones se evaporan y mi piel muda y regreso al aire, regreso al momento porque me olvido del estúpido juego de la ambición.
Si, son las soledades las que me traen la tristeza, una nostalgia de mi infancia que juega e inventa, que derriba edificios y construye árboles, que surca mis venas para que mi sangre la sienta. Ceden las pasiones, las angustias inconscientes, las dudas y los temores y puedo llorar, y puedo escribir como si yo mismo fuera una caricia que recorriera las palabras, que al romperlas, pudiera ordenarlas para alcanzar el vacío que las une.

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