
Dicen que cuánto más mayores somos, más nos parecemos a un árbol
Que nuestra piel se va haciendo corteza y refleja los caminos andados.
Igualmente, nuestra vida podría representarse con la forma de un árbol.
Cada cual la suya, con sus raíces, tronco y ramas.
Desde el suelo, el tronco es la niñez que debe afianzarnos.
Con los años, el árbol va cogiendo altura, cada cual a su ritmo,
cada árbol adopta su propio trazo.
Tantas ramas como elecciones, como direcciones tomadas.
Algunas nos llevan más alto, otras se revelan desacertadas.
Las transitamos, las seguimos, hasta que averiguamos que no nos acercan hacia el Sol.
Entonces, al darnos cuenta, regresamos atrás apesadumbrados
y volvemos a intentarlo.
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