viernes, mayo 20, 2011

Duelo (2)

A mi niña Lola se la llevó la brisa en una mañana de un verano cansado.

Tantas habían sido las lágrimas, la impotencia, que el invierno se adentró de golpe entre nosotros,

y no nos quedó nada para abrigarnos.

Cerramos los ojos, apretamos los dientes, bajamos los brazos.

Durante un momento eterno, nos quedamos mirando su carita dormida.

Nos acercamos a su lecho, tratando de refugiamos en su fuego recién apagado.

Tocamos su rostro que se estaba secando y, por primera vez,

sentimos el aguijón del duelo.

Su ausencia era aún un estallido mudo cuyas ondas irían extendiéndose con los días,

como el invierno en el norte, inexorable, implacable, devorando todo calor, todo color.

En una mañana de verano, en una tarde de invierno,

su carita perdió su color de amapola

y todos sentimos frío.

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