martes, febrero 01, 2011

Los caminos perdidos 2ª novela

Era un chiquillo pero, mientras escribo, me acuerdo como si lo estuviera viviendo. Se quejaban las ametralladoras desde el cercano Término y mi madre tomaba entre sus brazos a la pequeñas; Francisca, con apenas un año, y Dolores, de tan solo dos y medio. Yo, que tenía seis, cogía de la mano a mi hermano Antonio, de cuatro, y los cinco corríamos atropellados hacia los Huertos, yo con el miedo a que nos alcanzara el fuego por un lado y, por otro, de acercarnos al hogar de los fantasmas. Permanecíamos agazapados entre la niebla durante horas, hasta que el estruendo amainaba y regresábamos cuesta arriba, hasta nuestra casa, con el temor aún metido en los huesos. ¡Cómo olvidarme de aquello! Mi madre rezando, cogiéndonos de la mano a mi hermano Antonio y a mí; y, después, ¡enseñándonos canciones y haciéndonos algún plato especial por lo bien que nos habíamos portado!

Una tarde, algunas mujeres del pueblo llegaron plañideras hasta nuestra casa. Al salir al exterior, el día se había vuelto oscuro y tenebroso, y el horizonte destilaba un color rojo intenso. Formaron un grupo y comenzaron a rezar porque, según decían, se trataba de un mensaje del Señor, enfadado con las gentes. El rojo del cielo, decían, era la sangre de los muertos de la guerra...

Fragmento de mi segundo libro, Los caminos perdidos, que será publicado en Bubok en muy poco tiempo

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