Me duelen los ojos, de puro escozor me rabian, y aunque lo he intentado, no puedo hacer nada.
Los cierro para no mirar, los cierro y es como si una parte de mí se apagara.
Los siento palpitar, los siento agotados. Su latido atraviesa mi cerebro y todo yo me siento gastado.
Poso mi atención en ellos y la tensión, poco a poco, se relaja. Inspiro y, al soltar el aire, el dolor amaina. Un momento y otro y empiezan a brotar las lágrimas. Lloran mis ojos pero soy todo yo quien se derrama.
En ese instante íntimo, les doy las gracias.
Al día siguiente vuelvo a salir al mundo cual fotógrafo con su vieja cámara. Siempre con la misma. Siempre buscando fotos. Miro a la realidad acechando diferentes ángulos, matices extraños. No huyo de la lluvia ni me escondo al atardecer. Cualquier momento puede ser mágico. Y de este modo, mi retina se va colmando. Más tarde, cuando vuelva a cerrar los ojos, agotado, y rinda mi deuda a la oscuridad, me sentaré contento a observar, en el lienzo negro, hermosos retratos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario