Caminamos bajo un sol plomizo, por una senda que se adhería a las rocas. A ambos lados las montañas abrasadas del Cabo de Gata y, en nuestro rescate, la brisa del mar. Caminábamos contentos, alegres de vivir intensamente, de sentir nuestros cuerpos ganando otra meta, otro lugar hermoso. En esta ocasión, la cala de San Pedro, comuna naturalista de tierra blanca y aguas claras. Un rincón dotado de la fuerza de lo salvaje, un lugar que resiste a la huella del hombre que llega y rompe, que transforma y se aleja del mundo natural.
martes, julio 22, 2008
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